La llamada Guerra de Ifni, aquella
contienda bélica, la última de las que enfrentó a España con Marruecos y
que tanto dolor produjo a las familias de los soldados muertos,
heridos, mutilados, prisioneros y desaparecidos, acaba de perder a uno
de sus héroes, a ANTONIO PÉREZ PÉREZ, andaluz de Bailén, aquella ciudad
de la provincia de Jaén donde el Ejército de Napoleón, al mando del
general Dupont, fue vencido por primera vez en sus luchas a través de
media Europa. Allí nació la leyenda del general Castaños y allí nació en
1.935 y se crió Antonio, hasta que le tocó la "suerte" de hacer el
servicio militar obligatorio, en un Cuerpo que hasta entonces había sido
voluntario, profesional y encuadrado mayoritariamente por tropa
indígena (nativos de Ifni)
La independencia de Marruecos en 1.956
supuso fuertes tensiones en nuestra colonia ifneña cuyos habitantes (la
gran mayoría) se sentían marroquíes, que conllevó a que las tropas
indígenas, tanto de Tiradores como de la Policía, desertaran para
enrolarse en el Ejército Real alauita o, incluso en las irregulares
bandas armadas (protegidas por el Sultán) que se denominaban Ejército de
Liberación. El Mando procedió a licenciar a aquellos elementos que le
inspiraban desconfianza de su lealtad; a otros, simplemente los desarmó,
dejándolos dedicados a tareas "mecánicas". Una y otras circunstancias
obligaron a las autoridades españolas a cubrir las numerosas vacantes
con mozos de reemplazo que se incorporaron al Territorio en Marzo de
1.957.
En el Campamento con otros compañeros “policías”.
Antonio, junto con otro centenar de
jóvenes, fue a parar al Grupo de Policía Ifni nº 1, donde, la anómala
situación de esa masiva incorporación, obligó a que para instruirlos se
tuviera que improvisar un Campamento de Reclutas ubicado dentro del
cuartel de la Bandera Paracaidista, que como refuerzo de la guarnición
había sido desplazada desde Alcalá de Henares el pasado año 1.956. Y sus
instructores fueron paracaidistas, muy, muy duros, como aquel famoso
cabo Tuero que, con los años, llegaría a ser un prestigioso abogado.
Al final del Campamento, tras la Jura de
Bandera podría decirse que, salvo saltar desde un avión, aquel centenar
de "policías" tenían el temple legionario que tan bien les iría para
afrontar los duros tiempos que se avecinaban. Como ha comentado en
diversas ocasiones Alfonso-Carlos Alsúa, al que hicieron prisionero los
rebeldes y pasó dieciocho meses en las mazmorras marroquíes, sobrevivió
¡gracias al cabo Tuero!, a su implacable reciedumbre en el trato con los
reclutas, a los que convirtió, de jóvenes urbanitas o aldeanos, en
"soldados de hierro".
Antonio fue destinado la 3ª compañía de
Policía, cuya cabecera se encontraba en T'Zelata, al mando del teniente
Don Emilio Cuevas, con una sección guarneciendo el último enclave
español, en la frontera sur: Tiliun, idílico lugar (abundancia de agua)
hasta poco tiempo antes, pero que en Mayo-Junio de 1.957 mostraba un
cariz cuasi bélico, con continuos altercados con la gente que procedente
de otras comarcas que, al no poder vender sus mercancías en Sidi Ifni
por el boicot de los comerciantes a la población española, pretendían
saltarse la ley y atravesar la frontera para ofrecerla en tierras
marroquíes, recién independizadas. Había amaneceres (contaba Antonio) en
que llegaban a retener varias docenas de camellos y burros cargados de
frutas, verduras y otros comestibles, a cuyos porteadores era necesario
"convencer" de que hicieran sus transacciones en el zoco de T'Zelata:
claro que para que el convencimiento surtiera efecto hubo palizas,
arrestos, multas y muertos.
Cuartel de la Policía en T'Zelata, año 1.957.
Nuestro querido amigo en su calidad de
mecánico-conductor se hizo cargo de un jeep y una motocicleta BMW, y su
pericia debió ser bien valorada por el teniente Cuevas que lo trasladó
de Tiliun a T'Zelata, convirtiéndose en su "chofer particular" y en su
hombre de confianza, en aquellas misiones arriesgadas a las que tan
aficionado era el oficial, como aquella en la que fueron a entrevistarse
en un lugar del solitario del campo, con un confidente, al que
encontraron muerto, debajo de un argán, con la cabeza machacada a
pedradas.
Con el jeep.
La tarde del 22 de Noviembre de 1.957, volvía Antonio conduciendo la
motocicleta, desde la ciudad de Sidi Ifni a la que había sido
comisionado por el teniente para diversos asuntos oficiales, así como
para llevar y recoger el correo del personal de la Compañía; aquella
noche, tras las guardias ordinarias alrededor del perímetro del cuartel
rodeado de alambradas y terreno minado (no hubo patrullas pese a lo que
se dice en algunos libros), cuando la tropa se acostó a descansar sobre
las 6 horas, fueron agredidos desde lejos, con fuego de fusilería, armas
automáticas y morteros, ataque simultáneo con el que los rebeldes
realizaron al cuartel de Tiradores, situado a un kilómetro de distancia
aproximadamente del suyo. Había comenzado un asedio que duraría once
largos días, hasta ser liberados, en el que se defendieron
valientemente, demostrando su casta de españoles, cuyos ancestros
llenaron de gloria nuestra Historia en las innumerables guerras que
nuestra patria tuvo que sostener contra diversos enemigos.
Con la motocicleta.
En una salida ordenada por el teniente Cuevas compuesta por cinco
hombres, que él debía mandar, para intentar eliminar al enemigo que les
hostigaba con una ametralladora desde el poblado indígena contiguo,
quedó reducida a solo tres elementos ya que ni el teniente ni otro de
los policías salieron, sino que se quedaron en el cuartel, constituyendo
por tanto el comando el cabo Manuel Castilla Ruiz y los policías de 2ª
Vidaurreta y Antonio Pérez que cayeron en una trampa del enemigo,
observada por el brigada Gutiérrez Nalda, desde la azotea del cuartel,
advirtiéndoles a grandes gritos del peligro, descubriéndose dicho
suboficial, siendo herido mortalmente: el cabo Castilla recibió un tiro
en la cabeza muriendo en el acto, mientras que Vidaurreta caía sin
sentido (aunque sin manchas de sangre), quedando solo ileso Antonio
Pérez que durante cuatro horas estuvo junto al cadáver de su cabo y con
el cuerpo de Vidaurreta al que fue arrastrando lentamente, metro a
metro, hasta conseguir al amparo del fuego de sus compañeros refugiarse
ambos tras los muros del Cuartel. Vidaurreta recobró el conocimiento
dentro del reducto, pero al cabo Castilla (su cuerpo) hubieron de
recuperarlo horas después y fue enterrado junto con el brigada Gutiérrez
Nalda en el patio del acuartelamiento. Esa es la verdad, contada por
Antonio Pérez, y no la propalada por el entonces teniente Cuevas ¡que no
salió del cuartel al mando del comando!
La defensa de T'Zelata. En primer término Antonio Pérez disparando con un subfusil.
Tras la liberación por tropas de
Tiradores y Paracaidistas, hubo que desenterrar a los compañeros
muertos, y en la retirada recoger a los paracas muertos y heridos de la
sección del teniente Ortiz de Zárate, diezmada cuando intentaron
socorrerlos por orden del Alto Mando y estaban a menos de tres
kilómetros del objetivo; el resto de aquella sección, al mando del
sargento Moncada, se pudo mantener gracias a las vituallas y municiones
que les lanzaron nuestros aviones. La doliente caravana (en un camión
MG, conducido por Antonio, se amontonaban cadáveres y heridos) llegó sin
novedad a Sidi Ifni pese a ser hostigados por retaguardia según contó,
en su día, uno de aquellos Tiradores: Adolfo Cano Ruiz.
La guerra continuaba y los policías
liberados en T'Zelata y Tiliun tuvieron que ser ubicados en el único
cuartel que tenían en Sidi Ifni, correspondiente a la primera compañía o
compañía local. Hasta la finalización de la contienda y el
licenciamiento de la tropa, Antonio intervino en diversos hechos de
armas, destacando el haber formado parte de un comando que infiltrado en
territorio enemigo intentó eliminar al jefe del "Yeicht Taharir"
(Ejército de Liberación Marroquí), un tal Ben Amú, ex sargento del
ejército colonial francés. No consiguieron su objetivo como tampoco otro
par de comandos de la Policía que intentaron el mismo objetivo.
En el ámbito militar, Antonio Pérez Pérez tiene en su cartilla el VALOR ACREDITADO
y fue condecorado, no de forma colectiva como todos aquellos que
tomaron parte como combatientes en el conflicto bélico, sino de forma
selectiva e individual, años después de su licenciamiento.
Comunicación oficial de la concesión de la Medalla de la Campaña de Ifni-Sahara.
Y si como buen español y excelente
soldado siempre será recordado por quienes fueron sus compañeros o
mandos, en su faceta civil y familiar Antonio fue un trabajador
infatigable, transportista por carretera en la que se dejó los mejores
años de su vida, consiguiendo con su esfuerzo un aceptable bienestar
económico que le permitió dar estudios a sus hijos (Cristóbal, ingeniero
informático y María, ingeniera química).
Ifni y el servicio militar siempre los
tuvo presente y gracias a su prodigiosa memoria se convirtió, con el
tiempo, en una enciclopedia viviente capaz de registrar los menores
detalles de aquel tiempo y aquella guerra. Su gran amigo de la "mili",
Pepe Sabater, nos contaba hace unos días una de las muchas anécdotas
demostrativas de cuanto estamos diciendo: Integrante, Antonio, de un
grupo de viajeros a Ifni, hace unos años, a cuyo frente como cicerone
iba un comandante retirado, al llevarles al lugar donde según él fue
atacado y muerto el teniente Ortiz de Zárate, tuvo que ser rectificado
por Antonio que los llevó al lugar exacto; desde ese momento el papel de
"guía" pasó del comandante al antiguo soldado que en su tiempo de mili
había pasado por aquel camino y lugar más de un centenar de veces a
bordo de la motocicleta o el jeep.
Por circunstancias laborales Antonio
conoció, a poco de licenciarse, la ciudad de Santander y toda Cantabria,
en donde se reencontró con su mejor amigo del servicio militar, el ya
nombrado Pepe Sabater, y contrajo matrimonio con una santanderina (de la
que hace unos años enviudó), adoptando aquella tierra como propia a la
que volvía, con toda su familia, año tras año en los veranos, en los que
los lazos con su entrañable amigo fueron estrechándose más y más.
Pepe Sabater (izquierda) y Antonio Pérez (derecha)
No faltó Antonio a la cita veraniega el
pasado Agosto de 2.015, aunque (según Pepe Sabater) se quejaba de
dolencias que le habían hecho pasar por el hospital (algo de tipo
cardiaco); volvió a Bailén a finales de aquel mes y hospitalizado
nuevamente, el día 16 de Septiembre fallecía, a consecuencia de un
infarto, el que fue gran español y soldado, gran esposo, amante padre y
abuelo, extraordinario amigo y compañero y, sobre todo, hombre de bien,
amable, educado, cordial, honrado en sus convicciones. Has dejado,
Antonio, un hueco irrellenable en todos aquellos que te conocimos y
pudimos tener el privilegio, en mayor o menor medida, de haber sido
amigos tuyos. Es el hueco que únicamente dejan los más grandes.
Y como no podía ser de otra forma, aquel
amor por Cantabria se ha materializado en su último deseo: Que sus
cenizas fueran enterradas en el Cabo-Faro Mayor. Y allí están,
depositadas por sus familiares y amigos, frente al indómito Cantábrico,
cuyo espumoso rumor arrulla el sueño eterno de nuestro querido Antonio.
Lugar donde reposan los restos de Antonio Pérez Pérez.
REQUIESCAT IN PACE, ANTONIO. Que las olas del mar entonen para siempre, en tu honor y memoria, la Misa de Réquiem que compuso Mozart para su propia muerte.
Recibe el abrazo eterno de cuantos te conocimos y quisimos.
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